viernes, 15 de enero de 2010

EL INFIERNO ES EL PRECIO Y EL RIESGO DEL AMOR

EL INFIERNO ES EL PRECIO Y EL RIESGO DEL AMOR
Lloraba, lloraba desconsoladamente, no tanto por nosotros sino por Dios mismo, porque, siendo Amor, es rechazado, despreciado y pisoteado por sus propios hijos. Lloraba como un niño, sin avergonzarse de sus lágrimas, el Santo Cura de Ars, comentando aquellas terribles palabras de Cristo, el cual, después de haber perseguido, buscado, suplicado toda una vida como Buen Pastor y Amor Crucificado al ingrato pecador, debe finalmente, en la hora de su muerte, darse por vencido ante el fracaso y la impotencia de su Misericordia, y habiéndose convertido en Juez, pronunciar, obligado por su Justicia, estas terribles y definitivas palabras: "¡Apartaos de Mí, malditos!"
Y no dejó de llorar el Santo con profundos sollozos, que dejaban a sus oyentes consternados y sobrecogidos, hasta que subieron a sus labios temblorosos aquellas palabras: "¡Malditos por Dios!... ¡Qué desgracia más espantosa!... Dense cuenta, hijitos míos: ¡Malditos por Dios que sólo sabe bendecir, que sólo es Amor!... ¡Malditos por Dios, la Bondad en persona!... ¡Malditos sin posibilidad ya de perdón!... ¡Para siempre!..." Y durante más de un cuarto de hora no cesó de llorar y de repetir: "¡Malditos por Dios!... ¡Qué desgracia! ¡Qué desgracia!" "No es Dios" - continuó diciendo el santo - "Él que nos condena al infierno, hijos míos, somos nosotros, con nuestros pecados. Los condenados no acusan a Dios, sino a sí mismos: "He perdido, he destrozado mi alma y mi Cielo por mi culpa, por mi grandísima culpa"... Nadie ha sido jamás condenado por haber cometido demasiada maldad, mas por no haber querido humillarse y echarse, como la Magdalena, a los pies de Jesús, el Salvador, que a nadie jamás rechazó"...
Cabe, sin embargo, la pregunta: ¿por qué entonces creó Dios al hombre tan tremendamente libre, tan gran señor de su propia voluntad, que ni por su Creador puede ser forzada ni violentada, bajo pena de que, al instante, se convierta en un pobre muñeco incapaz ya de amar? La respuesta es sencilla y, a la vez, sublime: ¡porque Dios quiso que el hombre fuese hijo suyo, y no un robot! ¡Que fuese un ser infinitamente más grande que las demás criaturas; “alguien”, y no "algo", capaz de calentar y de alegrar su tan sensible Corazón de Padre; de sorprenderle con esas "pequeñeces" que hacen, también entre los humanos, las grandezas del Amor, y como rivalizar con Él en generosidad, cariño y ternura. En una palabra, capaz de colmar la sed infinita de amar y de ser amado que devora las entrañas de este “Dios-que-es-Amor”.
Y porque Dios ansiaba todo esto, con la impaciencia y la ilusión del amor, se atrevió a crear al hombre como una persona, como Él es persona - es decir, como un ser por quien pudiera ser comprendido y amado; un ser ¡"casi igual" a ÉI", ¡Que no nos espanten estas palabras! ¿Acaso no leemos en Génesis 1: "Creó pues, Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios le creó"? ¿No exclama el Salmo 8: "¿El hombre, Señor? ... ¡Lo hiciste poco inferior a los dioses, de gloria y de honor lo coronaste"? ¿No enseña San Pablo en 1 Corintios 6,17: "el que se une al Señor, se hace un sólo espíritu con Él"? ¿Y no comentó audazmente el gran Santo Tomás de Aquino: "Es característico del amor ir transformando al amante en el amado. Por lo cual, si amamos a Dios, nos divinizamos"? Y habiendo creado al hombre conforme a lo que le es más amado y resplandeciente, es decir, "los rasgos de su Hijo Unigénito", ¡Dios se enamoró del hombre!
Pero ay, tanta belleza y honor tuvieron su precio altísimo "¿Qué soy yo para Ti, oh Dios?", pregunta San Agustín, "que me mandas amarte y que, si no lo hago, te enojas conmigo y me amenazas con ingentes infortunios? ¿No es ya suficiente infortunio el hecho de no amarte?"… Palabras maravillosas, a las cuales Dios podría replicar: "¡Oh hombre! ¡Tu grandeza está en tu poder de amar! ¡Tu amor es tu encanto y tu peso! Puedes amar a las otras criaturas, decirles un tú y un yo llenos de sentido. Y puedes amarme a Mí y decirme un Tú y un yo.,. ¡y un "sí" que te abra de par en par las puertas de mi Cielo, o, ¡ay!, también un "no", con el cual te precipitarías fuera del alcance de Mi Corazón para siempre! “

“¡Perdóname, hijo mío! Queriendo convertirte en mi amante, tuve que darte la posibilidad de que me traicionaras. Queriendo abrirte las puertas del Cielo, tuve que entreabrirte las del infierno. Queriéndote desbordante de felicidad, tuve que correr el riesgo de hacerte infeliz.” “Porque si tú no fueras tan libre, no podrías ser mi hijo. Si no fueras tan responsable, no podría premiarte un día con tan altos gozos y sorpresas. Y si no fueras tan inmensamente grande y semejante a Mí, Yo no podría amarte tanto. Sí hijo mío, los rayos de sol entre nosotros, siempre proyectarán la sombra del infierno. Pero que esta sombra jamás nuble ni oculte para ti, el Sol de mi Amor. Ámame, como Yo te amo. Para que al final de tu vida pueda darte la paga y el jornal del amor, que es recibir más amor… hasta llegar a la plenitud del mismo amor. ¡Porque amor sólo con amor se paga!